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¿Todas las vidas merecen ser escritas?

Nuestra propia vida debería ser lo más importante para nosotros. Parece una obviedad, pero muchas personas piensan que su vida ha sido insignificante; que no tienen, ni han tenido, nada que merezca ser contado. No han sido famosas, ni han amasado una fortuna; no han explorado regiones lejanas, ni han descubierto remedios para curar enfermedades; no han llenado auditorios con públicos que querían escuchar su voz o sus palabras, ni han liderado ningún movimiento popular; no han batido ningún récord, ni han conseguido una medalla; no han heredado un título, ni han presidido una organización; no han sido artistas y tampoco han publicado nunca un libro.

Todas las vidas merecen ser contadas, y todas tienen cosas valiosas que enseñarnos. Puede que lo que más nos conmueva de la historia de un gran deportista no sea como consiguió batir todas las marcas, sino como se enfrentó a una enfermedad degenerativa.

¿Por qué escribir un libro sobre una vida que no pueda presumir de algún gran logro?

Vivir ya es un gran logro. Para valorar nuestra propia vida, deberíamos entender como ha afectado a nuestro entorno, a las personas que han estado en contacto con nosotros. Pruebe a realizar esta reflexión: ¿Cómo hubiera sido la vida de esas personas si yo no hubiera existido? Pensar en ello produce vértigo, pues es imposible saber qué habría sido de ellas. Lo único seguro es que sus vidas no habrían sido las mismas.

Deje de mirarse a si mismo por un momento y piense en sus padres, o en sus abuelos. ¿Cree que sus vidas no tienen nada interesante que merezca ser guardado? ¿Cree que deben extinguirse con ellos las penalidades por las que pasaron, las alegrías que experimentaron, las injusticias que sufrieron y los valores que transmitieron? ¿Cree que los éxitos que obtuvieron son menos válidos por ser anónimos?

¿Qué es lo que nos lleva a leer sobre la vida de otros?

Los seres humanos empatizamos con las emociones que nos son cercanas. Los éxitos fabulosos y las trayectorias ejemplares pueden provocarnos admiración, o envidia, pero no estremecerán nuestras almas. Cuando buscamos historias, sean reales o inventadas, andamos a la caza de instantes en los que comulguemos con la emoción de un extraño. Eso nos hace sentirnos unidos a toda la raza humana, más allá del tiempo y el espacio. Es nuestro vínculo con la vida y la eternidad.

Otra razón poderosa que nos llama a sumergirnos en las vidas ajenas es encontrar el sentido de nuestra propia existencia. Todos aquellos que poseen el don de la narración responden a esta necesidad inherente al espíritu humano. Saben escoger los hechos y enlazarlos con el impulso de la causa-efecto, para culminar en una conclusión que responda a todas las expectativas creadas. Las historias han de tener sentido, pues nadie las soportaría si no lo tuviera.

¿Debo entender el sentido de mi vida para poder escribir sobre ella?

Esta es una cuestión fundamental. Para afrontar el relato de nuestra existencia debemos entender qué nos ha impulsado, qué nos ha frenado, y cómo han intervenido nuestros conocidos para ayudarnos o dificultarnos el paso. Esa es la esencia. Todo lo demás se apoya en ese armazón. Si no conseguimos hallar el sentido, la narración de nuestra vida será una inconexa enumeración de fechas, acontecimientos y nombres.

Sabemos que condensar la vida en palabras es una tarea larga y complicada. Sabemos que no todos tienen el tiempo, la constancia y los conocimientos para emprenderla. Y por eso desde LA VIDA EN PALABRAS nos encargamos de todos los pasos necesarios para que quede reflejada su vida por escrito como a usted le gustaría.

 

Ángel Bereje -Copyright(s) © 2011 - info@lavidaenpalabras.com

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